Rocamadour y el Santo Grial ¡TEMPLARIOS!

El mismísimo Simon de montford vino a Rocamadur en busca del santo grial! Rocamadour es localidad y comuna francesa, en el distrito de Gourdon, departamento de Lot, al oeste de Occitania. El pueblo y todo el conjunto monumental está agarrado a las paredes de un acantilado de vértigo, abierto por el río Alzou, con una larga tradición de peregrinos atraídos por los milagros de su Virgen negra; pero también una fuente de inspiración para toda clase de artistas y literatos de todas las religiones. “Las casas sobre el arroyo, las iglesias sobre las casas, las rocas sobre las iglesias, el castillo sobre las rocas”. Así describen los poetas occitanos la grandiosidad espacial de esta ciudad mágica, segundo paraje clasificado de Francia. Rocamadour es un enclave cargado de mitos y leyendas, donde cátaros y templarios coincidieron en el tiempo y el espacio, además de una importante etapa del Camino de Santiago y centro de adoración de una Virgen negra… Después de Santiago de Compostela, Rocamadour es el segundo lugar más importante de peregrinación del mundo occidental. El Camino de Santiago que pasa por Rocamadour se corresponde con una variante de la Vía Podensis que parte de Le-Puy-en-Velay. Según la leyenda medieval, en esta villa semirupestre encontró refugio el Santo Grial, traído a Europa por Zachée (seudónimo de Amadour). San Bernardo de Claraval, mentor de templarios y cistercienses, consciente de ello, llegó en 1147 a esta población en busca del conocimiento gnóstico y deseoso de admirar el sagrado cáliz. Sólo dos décadas después, exactamente en 1162, el cuerpo incorrupto de San Amadour fue encontrado por los monjes benedictinos, en el interior del santuario mariano; debido a lo cual aumentó notablemente la reputación de este lugar como villa sagrada y centro de poderes sobrenaturales. Entre los renombrados viajeros que, a partir de entonces, visitaron este santuario, como peregrinos, debemos citar al monarca inglés Enrique II Plantagenet, en 1170; Santo Domingo de Guzmán, en 1215; Luis IX, san Luis, en 1244; Ramon Llull, en 1264; Alfonso de Poitiers, Felipe IV el Hermoso, en 1303, etc. Pero la visita más sorprendente de todas, sin duda, fue la del temible Simón de Montfort en 1211, que, al frente de cruzados alemanes, llegó a Rocamadour no con la amenaza de conquistar la plaza, sino casi de incógnito, en busca del conocimiento (seguramente que lo mismo que san Bernardo, atraído por el Grial). Los cronistas de la época coinciden en señalar que el jefe supremo militar de la cruzada se llevó de Rocamadour, como souvenir, el estandarte bendito, que, al año siguiente, en la batalla de Las Navas de Tolosa, su hermano Amaury elevó al aire contra los almohades, acción determinante en la victoria cristiana. Desde 1428, tiene lugar el Jubileo tradicional a Rocamadour, en el santuario, presidido por el obispo de la ciudad de Cahors; evento religioso que promete a los fieles católicos indulgencia plenaria, siempre que se asista a misa y se reciban dos sacramentos, la confesión y la comunión, en el año santo determinado al efecto. La Guerra de los Cien Años (1327-1452) afectó duramente a este santuario. En 1562, durante la etapa iconoclasta, la población y el santuario fueron saqueados por mercenarios protestantes, perdiendo Rocamadour gran parte de su popularidad. La ciudad baja conserva sus cuatro puertas fortificadas; una interminable escalera con 216 peldaños (2 1 6 = 9; el número esotérico del Temple), constituye la prueba final de este peregrinaje, que los peregrinos acostumbran ascender de rodillas, hasta alcanzar la terraza superior, llamada la “Ciudad Religiosa”, donde se hallan los santos lugares, que en número de siete -cifra cabalística-, dejarán extasiado al viajero, al tiempo que le recargará de energía positiva. Finalmente, después de esta agotadora ascensión, los peregrinos entraban en los santuarios portando algunos objetos que regalaban como ofrecimiento; entre los cuales: los hierros de varios condenados liberados de sus cadenas; trozos de madera de barcos de marineros salvados en agradecimiento a la Virgen, o las placas de mármol grabadas y enganchadas al muro de la capilla. Destaca la capilla milagrosa de Nuestra Señora, troglodítica, en cuyo altar se rinde culto a una Virgen negra –Nuestra Señora de Rocamadour (siglo XII)-, que, según la tradición, fue esculpida por san Amador, ayudado por san Lucas; imagen, recubierta de finas láminas de plata –como sucede con la imagen de Notre-Dame de la Daurade, en Tolosa del Languedoc-, que ha servido de modelo a otras innumerables vírgenes morenas de todo Occidente, y a la que se atribuyen numerosos milagros. La Virgen negra de Rocamadour ha atraído, desde los siglos medievales, a reyes, emperadores, pontífices, obispos y nobles.
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