7 Como el Deleite de Jesús es Obrar en Alma de los Hombres

• Como el Deleite de Jesús es Obrar en Alma de los Hombres o 1784 Hoy, durante una conversación más larga, el Señor me dijo: Cuánto deseo la salvación de las almas. Mi queridísima secretaria, escribe que deseo derramar Mi Vida Divina en las almas humanas y santificarlas, con tal de que quieran acoger Mi gracia. Los más grandes pecadores llegarían a una gran santidad si confiaran en Mi misericordia. Mis entrañas están colmadas de misericordia que está derramada sobre todo lo que he creado. Mi deleite es obrar en el alma humana, llenarla de Mi misericordia (133) y justificarla. Mi reino en la tierra es Mi vida en las almas de los hombres. Escribe, secretaria mía, que el director de las almas lo soy Yo Mismo directamente, mientras indirectamente las guío por medio de los sacerdotes y conduzco a cada una a la santidad por el camino que conozco solamente Yo. En esta cita de Jesús a Sor Faustina, podemos ver claramente su deseo de obrar en las almas humanas y llenarlas de su misericordia. Jesús desea derramar su vida divina en las almas de los hombres y santificarlas, siempre y cuando estén dispuestas a acoger su gracia. Incluso los más grandes pecadores pueden llegar a una gran santidad si confían en su misericordia. Jesús también nos muestra que su reino en la tierra es su vida en las almas de los hombres, lo que significa que su presencia en nuestras vidas es fundamental para nuestra salvación y santidad. Además, él se presenta como el director directo de las almas, y aunque los sacerdotes son sus instrumentos, es él quien guía a cada persona a la santidad por el camino que solo él conoce. En otras palabras, Jesús nos muestra que es a través de su gracia y misericordia que podemos ser transformados y alcanzar la santidad. Él nos llama a confiar en él, a acoger su gracia y a seguir su voluntad en nuestras vidas. Y aunque los sacerdotes son instrumentos importantes para guiar nuestras almas, es Jesús quien obra directamente en nosotros. Bibliografía recomendada: • Catecismo de la Iglesia Católica • Diario de Santa Faustina Kowalska: “La misericordia divina en mi alma“ • San Juan de la Cruz, “Subida al Monte Carmelo“ • San Ignacio de Loyola, “Ejercicios espirituales“ • Papa Francisco, “Misericordiae Vultus“ (la bula de proclamación del Jubileo de la Misericordia) En resumen, la cita de Jesús a Sor Faustina nos recuerda su deseo de obrar en nuestras almas y llenarlas de su misericordia y vida divina. Para experimentar su presencia en nuestras vidas, debemos acoger su gracia, confiar en él y seguir su voluntad. Al hacerlo, podemos alcanzar la santidad y experimentar la alegría y el deleite que Jesús siente al obrar en nuestras almas. En términos prácticos, para permitir que Dios nos transforme y nos llene de su vida divina y misericordia, debemos estar dispuestos a abandonarnos a su voluntad y seguir sus mandamientos. Debemos cultivar una vida de oración y sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, que nos acercan a Dios y nos hacen receptivos a su gracia. También debemos estar abiertos a la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas, y permitir que él nos guíe y nos lleve hacia la voluntad de Dios. Esto implica estar atentos a las inspiraciones del Espíritu y estar dispuestos a abandonar nuestras propias ideas y deseos en favor de la voluntad de Dios. Un ejemplo concreto de cómo podemos permitir que Dios nos transforme es a través de la práctica de la humildad. La humildad nos permite reconocer nuestra propia limitación y pecado, y abrirnos a la gracia de Dios para transformarnos y hacernos mejores. San Agustín dijo: “La humildad es la base de toda virtud“. Cuando practicamos la humildad, reconocemos que Dios es el centro de nuestras vidas y que necesitamos de su gracia para ser transformados. En conclusión, para permitir que Dios nos transforme, debemos estar dispuestos a acoger su gracia y seguir su voluntad en nuestras vidas. Esto implica una vida de oración, sacramentos, humildad y apertura a la acción del Espíritu Santo. Al hacerlo, podemos experimentar la alegría y el deleite que Jesús siente al obrar en nuestras almas.
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